Acabo de leer una noticia que ha hecho que me recorra un escalofrío, supongo que producto de la nostalgia que me produce el nombre de Victor Jara, el cantautor chileno brutalmente torturado y asesinado por las fuerzas del dictador Pinochet justo el día en que yo cumplía 11 años. Sería poco más de un año después, en mi pre-adolescencia cuando oiría por primera vez su nombre. Una época en la que en este país la gente y sobre todo los jóvenes, se agitaban inquietos presagiando el final de nuestra propia dictadura. La "canción protesta" que entonaba junto a mis amigos tenía su firma y la de grupos como Quilapayún, con la vista puesta justo al otro extremo político de lo que este país padeció a lo largo de 40 años. Un padecimiento que por suerte yo apenas viví. Las revueltas callejeras eran el pan nuestro de cada día. El ansia por librarse del yugo, por pasear libremente por las calles de la ciudad, por amarse a plena luz del día, por gritar lo que cada uno llevaba en sus entrañas era tan fuerte, que no había freno para la movilización que los estudiantes encabezaban cada día en las calles de la Ciudad Universitaria pese a la persecución y los palos que los grises repartían. A mis aún cortas entendederas tan solo llegaba el eco de lo que algunos hermanos mayores de mis amigos nos contaban sobre las manifestaciones, sobre las organizaciones clandestinas, sobre la formación de la Joven Guardia Roja que viví muy de cerca. Y me vi entonces esparciendo octavillas por las calles de mi barrio con el temor no solo de meterme en un lío sino de que mi padre me partiera la cara pero también, con la esperanza del cambio. Y esa era la época en la que entonábamos como grito de guerra canciones como esta:
Canciones que entraron en nuestro país de forma clandestina y que escuchábamos en un destartalado radio-casette a escondidas, al abrigo de los pinares de la Dehesa de la Villa, donde vivía, y que nos servía de refugio de miradas indiscretas. Donde aprendimos cada letra de cada canción, donde muchos gritamos por primera vez la después tan manida estrofa de Quilapayún "el pueblo unido, jamás será vencido", donde creíamos en los sueños de juventud y donde por una vez, esos sueños, se hicieron realidad. Yo, no corrí por las calles. Yo, no me enfrenté desafiante ante nadie. Yo, lamentaba mi corta edad porque quería estar donde estaban muchos. Sin embargo, cuando todo acabó, cuando los mítines de los partidos políticos estaban rebosantes de gente alborozada, cuando parecía que las calles tenían el color de lo nuevo, el olor a limpio, yo me sentía parte de eso que llegó a ser y que por desgracia, se esfumó muy pronto.
La clase política huele a podrido en este país. Y si tuviera que salir de nuevo a la calle, sería para echarles de sus estupendos y cómodos sillones. Y esta vez, sí correría por las calles y lo haría para preguntar, qué fué de los sueños de juventud.
Te recuerdo, Victor Jara.